Cuando somos pequeños algunos cuentos nos enseñan cómo son los monstruos y cómo podemos hacerles frente. Si te encuentras una bruja malvada, no aceptes nada que te ofrezca. Si la abuelita tiene una boca muy grande, es para comerte mejor. Y si apareces en una casa de caramelo, será mejor que pases de largo de la tentación. Pero ¿qué pasa cuando nos hacemos mayores? Esos monstruos peludos que aparecían en la oscuridad de nuestras pesadillas, que se escondían debajo de la cama o dentro del armario, dejan paso a otros menos tangibles para nuestra mente: los miedos; Y esta es la reflexión que me trae hoy hasta aquí.
El día que encontré un libro infantil que se llama Yo mataré monstruos por ti me enterneció. Y no pude resistirme, tuvo que ser mío. Me hizo pensar en todas las veces en las que, normalmente mis padres, me hacían creer que todo iba a salir bien. Pero no es algo exclusivamente paternal, otros seres queridos y acompañantes han tenido palabras de consuelo en esos momentos en los que los monstruos acechaban. Y lo eché de menos; eché de menos confiar en alguien que vendrá y matará mis monstruos, porque lo que no nos cuentan es que cuando nos hacemos mayores las reglas del juego cambian.
El miedo forma parte de la condición humana. Es una respuesta adaptativa, surge de una forma innata de lo más profundo de nosotros para protegernos ante una posible amenaza. El miedo se asocia a la niñez, tiene algo de infantil; y esto me lleva a pensar que en algún momento los adultos pierden su derecho a experimentarlo: “Ya soy mayor, soy fuerte y soy valiente, no tengo que tener miedo”. Y por eso en muchos casos reconocerlo puede provocar sentimientos de vergüenza y de culpa: ya somos mayorcitos para asustarnos; y no deja de ser irónico.
Los niños están descubriendo el mundo y tienen miedo. Los adultos también se enfrentan a nuevas experiencias constantemente, y muchas veces si no lo hacen es por miedo. No dejo mi trabajo por miedo a no encontrar otro, no dejo a mi pareja por miedo a estar solo, no hago cosas que me gustan por miedo a sentir… Y estos son sólo algunos ejemplos. Parece mucho más legítimo temer a las alturas, a montar en avión o a los perros, que tener miedo a la muerte, a la soledad o al fracaso.
Ese es el momento en el que el adulto valiente decide hacer como si no lo tuviera y correr un tupido velo; como no le hace caso, el miedo se va haciendo cada vez más grande y el adulto valiente intenta disimular y disimular, hasta que llega el día que este le explota en la cara. Ya sea en forma de malestar físico — “¡Oh Dios creo que me voy a morir!”— o porque deja de hacer cosas, el miedo se apodera poco a poco de la vida de ese adulto valiente y le provoca una gran tristeza e incapacidad. Le va aislando hasta que al final sólo queda el miedo al miedo.
Llegados a este punto el adulto valiente tiene varias opciones: puede mirar al miedo a los ojos —en el caso de que los tenga—, plantarle cara y ver qué pasa; pero esta opción es complicada ya que el adulto valiente lleva demasiado tiempo haciendo como si el miedo no estuviera ahí. Otra posibilidad sería buscar alguna especie de superhéroe de cómic, que sin capa o con ella, se lo lleve de la vida del adulto valiente; pero claro, es demasiado mayor para correr a papá y a mamá con el cuento de que tiene miedo del mundo hostil. Y el adulto valiente no está nada acostumbrado a pedir ayuda. Parece que lo tiene complicado. ¿Podría haber evitado de alguna manera llegar a esta situación? Quizás sí, o quizás no. Y lo que es más importante, ¿qué puede hacer ahora?
Aceptar que tenemos miedo es un buen primer paso para poder plantarle cara; todos en mayor o menor medida tenemos miedos. Una parte importante es saber que pasarán, que no tienen por qué bloquearnos. Pero para eso tenemos que darles la mano, asumir que van a venir con nosotros durante parte de nuestro camino, y que incluso superando aquellos miedos que nos resultan conocidos no estamos libres de sufrir otros nuevos a lo largo de nuestra vida. Unas veces será una sombra y se llamará miedo a la soledad y otras veces será pequeño como una piedra, le pondremos miedo al fracaso y podremos llevarlo en el bolsillo. Y aunque no estaría mal que vinieran a matar nuestros monstruos, en realidad nosotros mismos tenemos el poder de hacerles frente; No me malinterpretes. No quiero decir que tengas que enfrentarte tú solo. Sólo te digo que no esperes que nadie venga a llevarse tus miedos, porque eso no pasará. Tú decides. Yo lo tengo claro.
Yo mataré monstruos por mí.
No hay comentarios.