Un día como cualquier otro, mi amigo J. se encontró con un perro de aspecto amenazante de camino a la parada del autobús que lo llevaba a la universidad. Temeroso de que le atacase, y en respuesta a los ladridos del perro, J. le lanzó parte del bocadillo de jamón con tomate que se llevaba todos los días para el descanso entre clases; distrayendo al animal con esta jugarreta, Juan pudo alcanzar la parada del autobús a tiempo y prosiguió su día como si nada hubiese sucedido.
Sin embargo, al día siguiente, de camino a la parada del autobús J. no se encontró con un perro sino con dos: el mismo del otro día se había traído un amigo. J., como había hecho el día anterior, les tiró un trozo de bocadillo, pero surtió un efecto distinto: los perros ladraron con más fuerza y más insistentemente. La situación comenzó a asustarle así que mi amigo les lanzó el bocadillo completo y consiguió sortearles y alcanzar el autobús a tiempo, con cierta agitación y respiración entrecortada. En el camino se tranquilizó y su día prosiguió.
A la mañana siguiente J. (que es una persona inteligente), previendo lo que iba a suceder hizo dos bocadillos: uno para él y otro para los perros. Pero su estupefacción fue mayúscula al descubrir una jauría enorme esperándole. Sin saber muy bien que hacer, lanzó los bocadillos a los perros hambrientos y se volvió a casa para preparar más para aplacarles y así poder ir a la universidad.
Desde entonces, mi amigo J. se ha comprado cinco máquinas de hacer bocadillos y ya no puede salir de casa, afanado en prepararlos para cuando decida salir.
El problema de J. es más común de lo que parece y Stephen Hayes (autor y principal desarrollador de la Terapia de Aceptación y Compromiso) emplearía la metafórica historia de J. para afirmar que su problema es, en definitiva, su afán por solucionarlo.

La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT en sus siglas en inglés) responsabiliza al contexto verbal y social del malestar que padecen muchas personas. Desde este enfoque, el origen de los problemas psicológicos estaría sustentado en un proceso de valoración culturalmente impuesto por esta sociedad que entiende como negativos ciertos pensamientos, estados corporales, sensaciones, recuerdos o sentimientos y que, por lo tanto, debemos luchar por deshacernos de ellos. Pero, como no es posible librarse de aquello que nos pasa por dentro igual que uno se desprende de los eventos del exterior, las personas quedamos enzarzadas en una pelea interminable e infructuosa que cada vez nos acarrea un mayor malestar.
Al igual que J., muchas personas se quedan bloqueadas en su vida haciendo bocadillos de forma interminable pues entienden que lo que piensan o sienten es como un perro rabioso al que hay que distraer o evadir.
De esta forma, la clave de la ACT no radica en hacer bocadillos, es decir, en eliminar determinados pensamientos, sentimientos, emociones… si no en contextualizarlos, ponerlos en perspectiva con nuestra vida y nuestro pasado, comprender su función y alterar lo que nos decimos sobre ellos y así dejar de juzgarlos como peligrosos perros rabiosos que acabaran por devorarnos.
La ACT atribuirá el origen del problema de J. a la forma en la que se nos ha enseñado a pensar, es decir, a la forma en la que hemos aprendido a entender y usar el lenguaje: desde esta premisa, las palabras se corresponden de forma literal con el objeto o referente de las mismas adquiriendo sus propiedades como si de este se tratara, valorando las propias palabras como malas o inapropiadas. También asumimos de forma generalizada que dar razones verbales supone una explicación válida de nuestro comportamiento y que nuestras emociones y nuestros pensamientos describen adecuadamente las realidades a las que aluden. Por último, se nos ha enseñado que tanto el control de nuestros pensamientos como de nuestras emociones deben alcanzarse para disfrutar de una vida plena y satisfactoria.
Volviendo a nuestro ejemplo J. se afana en hacer bocadillos porque se le ha enseñado a identificar que los perros rabiosos son malos y, como malos que son deben ser evitados, sorteados, controlados, solucionados. Si no, sufrirá, puesto que le harán daño como verdaderos perros malos que son.
Y es en su visión del sufrimiento donde radica otro pilar fundamental de la ACT: sufrir es algo normal e inevitable en el ser humano. Por su propia naturaleza, que vengan a la cabeza pensamientos desagradables, o sentir inseguridad, pena, desasosiego, etc. resulta consustancial a la condición humana. Sufrir, sentirse mal posee una fuerte capacidad simbólica y ha significado el mayor motor de aprendizaje y desarrollo del lenguaje y de las sociedades modernas; por eso, el problema psicológico sería producto de una sociedad que afirma: “no sufras, no debes sufrir nunca, por ninguna cosa, demasiado tiempo”. Esto muchas veces nos sitúa en una posición insalvable. Por supuesto, la ACT no plantea que haya que sufrir por sufrir, sino que, si encaminarse en dirección a unos valores, a unos objetivos, implica pasarlo mal, habrá que aceptarlo. Justo desde este punto de vista se comprende la aceptación del malestar propugnada por la terapia.
Llegados a este punto, Stephen Hayes probablemente intentaría hacer ver a mi amigo J. que su batalla por intentar que los perros no le ataquen a base de hacer bocadillos le está acarreando más problemas y más sufrimiento que intentar salir a la calle y seguir yendo a la universidad, que sus intentos por controlar son el problema; quizás entonces descubra que los perros no eran tan amenazantes, que se han marchado o que siguen ahí, pero que si continúa su camino sólo ladran y no se acercan a él. Porque los pensamientos y las emociones son perros ladrando en la distancia: uno puede caminar en la dirección que desee a pesar del ruido.
Y Hayes procuraría que J. se diera cuenta de esto: de que aquellas cosas que son valiosas para él, las que hacían que se moviera en una dirección determinada como, por ejemplo, su deseo por ir a la universidad y finalizar sus estudios le pueden impulsar a salir de su casa cada mañana para encaminarse hacia la parada del autobús a pesar del ruido y la furia de los perros. Hayes nos diría que son los valores de la persona los que posibilitan que, una vez que hemos aceptado el sufrimiento, nos pongamos en marcha y hagamos aquello que queremos hacer aun cuando a veces implique padecer. Los valores son ese horizonte hacia el que decidimos caminar y que nos empuja de forma paradójica a seguir hacia adelante. Es el trabajo en valores lo que desde este enfoque humaniza la terapia y humaniza el sufrimiento humano, pues no hay nada más valioso para una persona que aquello en lo que cree; en definitiva, aquello por lo que está dispuesta a sufrir.
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