Me dispongo a escribir este artículo y me encuentro en el salón de mi piso, frente al ordenador, con música tranquila que incita a la melancolía. Estoy solo, mis compañeros están en sus aislados cuartos. Me pongo a pensar en el día de hoy y me doy cuenta que me he despertado, he comido y he patinado solo. Esto me lleva a pensar que el tema del que te voy a hablar tiene sentido.
Lo primero que quiero decirte es que probablemente estés en una situación parecida a la mía. Leyendo el móvil, la tablet o el ordenador en tu casa, la oficina o el metro. No importa dónde estés ni quién haya a tu alrededor, lo que me importa es que tú y yo ahora mismo nos encontramos en la misma situación. Solos. Sabes de lo que te hablo, lo has sentido antes y ahora estás conectando con ello; sabes que no importa que haya personas a tu alrededor o incluso que estés hablando con ellas, ese sentimiento es tuyo e independiente de lo que te rodea.
Te iba a explicar qué es la soledad, pero lo mejor para entenderla es sentirla, así que ya está el trabajo hecho. Sólo te diré que me voy a centrar en esa carencia de compañía, ese pesar, esa melancolía, ese sentirte único, desprotegido y sin compañía real. Ese lugar en el que te falta algo.
Ahora que sabes de qué te hablo, te preguntarás —como en otras ocasiones lo has hecho— por qué aparece, y la razón es que todo lo que sentimos es útil y tiene su función, es por ello que emerge la soledad al igual que lo hacen muchas otras emociones.
El encontrarnos en este estado, a veces nos da tiempo para la reflexión y estar con uno mismo, y otras nos conecta con la tristeza y el dolor. A todos nos cuesta estar en ella y tendemos a huir y evitarla por la moderna fobia al dolor que parece que todos padecemos; sin embargo, la tristeza es la emoción que nos hace buscar al otro para que nos apoye, posibilitando que los demás se acerquen a nosotros para consolarnos: es la fórmula natural para acabar con la soledad, pero parece que en nuestra sociedad esto no encaja mucho. Me refiero al punto de recibir cuidados o dejar que nos cuiden. Ni la gente de nuestro alrededor ni nosotros mismos estamos con disposición a hacerlo.
Pero, ¿sabes qué? no es culpa tuya ni de la sociedad. La sociedad la forman personas como tú, y al igual que tú, todas ellas se encuentran sujetas y condicionadas por algo: la cultura.
De echarle la culpa a alguien o algo, se la echaríamos a esta. Para que no parezca una locura que se me acaba de ocurrir, te voy a contar por qué es la responsable: Bond nos dice que “la cultura es un sistema compartido de creencias, valores y expectativas para satisfacer necesidades básicas que define la forma en la que nos relacionamos con los demás.”
Y este punto es el que nos importa, el modo de relacionarnos.
A lo largo de la historia, la cultura hace que la sociedad siga adelante por el sentimiento de pertenencia que genera; aunque hay tendencias generales, cada país tiene su propia cultura. Yo me voy a centrar en la del país en el que vivimos, España, que es la que nos afecta directamente.
Llegados a este punto, te diré que estás sumergido en una cultura individualista; si no te habías dado cuenta, te diré por qué: se fomenta y recompensa el éxito individual, la autonomía, la competición, se acepta la desigualdad y se prima la independencia de la persona frente a los grupos. Estas características hacen que los integrantes de esta modalidad cultural estén menos unidos y miren más por sí mismos y sus familias, ¿Te suena?
A efectos prácticos, te das cuenta que vives en una cultura individualista cuando entras en un autobús cualquiera de Madrid y ves una fila de gente, hasta el final del pasillo, con la compañía de un asiento vacío y un móvil.
Después de esto, podemos afirmar que soledad e individualismo no casan bien. Si pretendemos salir de esta y para ello necesitamos al otro, pero la sociedad nos ha criado en el seno del egocentrismo y la fobia a enlazarnos con el otro, ¿qué hacemos?
Lo que nos queda es resignarnos y sentirnos solos estando rodeados de mucha gente, encontrando cierto alivio momentáneo en la pareja, los amigos o la familia, olvidarnos del resto de personas que nos rodean. Es como estar deshidratado en medio del mar.
Sin embargo, ¿queremos estar rodeados de agua y no poder beber de ella?
Quizá deberíamos fijarnos más en algunos aspectos de las culturas colectivistas de otros países en los que se otorga mayor importancia a la relación con los demás, dándose una comunicación y contacto más profundo.
En cierto modo llevamos el colectivismo improntado, somos seres gregarios, tendemos a buscar el encuentro con otros, por ello nos reunimos constantemente y usamos todo tipo de redes sociales en busca de contacto.
La ilusión que nos queda en la sociedad moderna es un simple aparato que llevamos siempre con nosotros, un invento que nos acerca y nos aleja a partes iguales de las personas. Nos hemos creado una fantasía virtual en la que nos acercamos a otros pero con la distancia que proporciona internet; parece que nuestro deseo es buscar a los demás, pero en la vida real, sin distancia alguna, no nos permitimos dicho contacto.
Te voy a poner un ejemplo. En el documental de Vice La industria japonesa del amor se explica que en Japón se han reducido los contactos de un modo tan exagerado que la natalidad se ha visto radicalmente afectada, por lo que se han creado figuras como falsas novias o amigos a los que pagas para que te den lo que necesites. Es un país que se está muriendo.
De momento, en España seguimos teniendo contacto con amigos, familia y pareja. Sin embargo, ¿estamos tomando el camino que siguió Japón? ¿Hay alguna alternativa? ¿Qué podemos hacer si toda la sociedad sigue el mismo patrón y estamos dentro de él?
No sé tú, pero yo voy a empezar a endulzar el agua y beber de ella,
¿Qué vas a hacer tú?
La locura individual es inmune a todas las consecuencias de la locura colectiva.
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