Una visión psicológico-individual de la migración
Desde casi el comienzo de la humanidad la migración nos ha acompañado conformando nuestra realidad y sin duda colaborando en nuestro aparato psíquico para que hoy día sea como es. Los procesos migratorios habitualmente tienen un factor común: la búsqueda de una mejor calidad de vida, en ocasiones casi formando parte de un imaginario a perseguir, un sueño. Esta búsqueda puede originarse por muy diversas causas; desde las más urgentes y visibles hasta aquellas que anhelan la realidad que hemos dado forma en nuestra mente conviviendo en una dualidad entre el familiar sueño que hemos creado y lo desconocido que esconde el mismo. Integrar estas dos realidades supone un punto de partida para el migrante que se debe enfrentar a los miedos propios del que navega a lo desconocido, dejando atrás su hogar y las esperanzas, deseos y fantasías que se persiguen, permitiendo movilizarnos para dar el paso final.
Migrar por tanto supone una decisión que implica esfuerzos físicos, emocionales y económicos que pueden llevar a la persona a situaciones límite, poniendo a prueba nuestra salud mental. Existen multitud de estrategias que ponemos en marcha para hacer frente a esta nueva realidad, tratando de mantener nuestra estabilidad mental pero no siempre son suficientes para sobrellevar una situación tan compleja como en determinadas circunstancias angustiosas. Probablemente aquellos que se han visto forzados a hacerlo de forma repentina, clandestina u obligados por una migración extrema están sometidos a mayores fuentes estresoras pero lo cierto es que adaptarse a una nueva situación nunca es fácil; e incluso en aquellos casos con mayores facilidades pueden aparecer problemas para acomodarse e integrar esta desconocida realidad. Un sentimiento común entre los que han tenido que abandonar su país de origen es el de añorar y desear todo aquello que es característico de su lugar de procedencia, desde la comida hasta el idioma pasando por recuerdos de vivencias y preocupaciones por la familia que hemos dejado tan lejos. Rodearse de personas de tu mismo país puede ayudar a paliar algunas de estas sensaciones de añoranza pero enfrentarse a la necesidad de adaptarse a las nuevas características del entorno se torna inevitable en muchísimas circunstancias.

El proceso por el que debe pasar el migrante no deja de suponer riesgos para su salud mental y el hecho que sea esperado o el más habitual no implica que esté ausente de malestar. Este incluye la pérdida de elementos importantes para la persona que experimenta un duelo normalizado sobre diversos aspectos: la pérdida de la familia, la lengua, la cultura, la tierra, el estatus social, el grupo de pertenencia y los rasgos sociales (Achotegui, J. 2000). Dependiendo de las características propias de cada persona y el proceso migratorio se podrá experimentar ninguno o todos estos duelos; migrar no constituye por sí misma una condición para desarrollar un problema psicológico pero somete a las personas a condiciones que pueden favorecer la aparición de los mismos.
El migrante durante su proceso de adaptación posee una vulnerabilidad para experimentar angustia, estrés, ansiedad, tristeza o ira y en muchas ocasiones esta situación es elaborada y superada por la persona pero en otras es originaria de trauma —y se enquista una realidad a la que no consigue adaptarse— experimentando un gran malestar constante. Esta circunstancia es conocida como Síndrome del emigrante con estrés crónico y múltiple (también conocido como Síndrome de Ulises) que describe un cuadro en el que los estresores propios de la migración han superado al individuo provocando diferentes síntomas que podrían agruparse en depresivos (tristeza, llanto, culpa, ideas de muerte…), ansiógenos (nerviosismo, preocupaciones, irratibilidad, insomnio…), somáticos (cefaleas, fatiga…) y confusionales (sentirse perdido, fallos de memoria y atención, desorientación…) (Achotegui, J. 2005). Una vez más las manifestaciones clínicas de cada persona son diferentes y es importante entender que los procesos migratorios actuales incluyen nuevas amenazas a las que debemos atender.
Comprender las complejas y difíciles situaciones por las que atraviesa el migrante es uno de los objetivos de la Psicología, pues gracias a ello consigue dar respuesta al creciente número de personas que demandan los servicios psicológicos para afrontar las vicisitudes que acontecen a la adaptación en un nuevo país. Este objetivo no es el único ya que desde la posición protectora de la salud mental cada vez más se enfatiza la necesidad de prevenir las posibles reacciones adversas ante las diferentes vivencias estresantes, promoviendo y dando a conocer las estrategias que pueden ser útiles en el proceso adaptativo. La postura propia de la psicología clínica, con un carácter más focalizado a lo individual, es a veces engullida por un marco social enormemente útil en la compresión de los procesos migratorios pero que no puede dejar de lado la realidad que acontece a cada individuo. La persona siempre es algo más que un migrante y desde la Psicología ponemos énfasis en recordar que nuestra historia vital no comienza el día que partimos, ni tampoco termina cuando llegamos al destino. Buen viaje.
“….El destierro es redondo:
un círculo, un anillo:
le dan vuelta tus pies, cruzas la tierra, no es tu tierra,
te despierta la luz, y no es tu luz,
la noche llega: faltan tus estrellas,
hallas hermanos: pero no es tu sangre.
eres como un fantasma avergonzado
de no amar más que a los que tanto te aman,
y aún es tan extraño que te falten
las hostiles espinas de tu patria,
el ronco desamparo de tu pueblo,
los asuntos amargos que te esperan
y que te ladrarán desde la puerta…”
Exilio, Pablo Neruda
BIBLIOGRAFÍA
Achotegui, Joseba. 2000. Los duelos de la migración: una perspectiva psicopatológica y psicosocial. En Medicina y cultura. E. Perdiguero y J.M. Comelles (comp). Pag 88-100. Editorial Bellaterra. Barcelona
Achotegui, Joseba (2005). Migrar en condiciones extremas: El síndrome de Ulises, Revista Norte de salud mental No. 21, Volumen V, 2005, págs 39-53.
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