“Una de las cosas básicas que tardé mucho tiempo en advertir, y que aún estoy aprendiendo, es que cuando sentimos que una determinada acción es valiosa efectivamente vale la pena”. Esta frase, dicha por el gran psicólogo C. Rogers, muestra muy bien lo que presento transmitir en este artículo. He podido observar, con la poca experiencia que tengo, que vivir en el mundo en el que estamos actualmente, trae consigo sueños, motivaciones, cambios y trampas. ¿Por qué trampas? Bueno, pues porque muchas veces sin darnos cuenta, caemos dentro de una espiral de contrariedades que nos alejan de los valores que tenemos como psicólogos.
Trabajar en una empresa, pagar el alquiler, la comida, el agua y el gas, el seguro del coche, continuar formándonos, son demasiadas cosas a las que un sueldo tiene que atender: nosotros somos psicólogos. Pero no por eso debemos sobrecargarnos por llenar el bolsillo, porque también somos personas. No pretendo decir, ni mucho menos, que trabajemos gratuitamente, o que hagamos menos por tener una estabilidad económica. Pretendo traer hoy una reflexión sobre lo que la psicología es para mí y cómo creo que la sienten los pacientes.
La psicología comenzó siendo una observación. Observo, atiendo y escucho, pero también reflexiono, también paro, espero, saco mi ojo clínico y lo pongo en duda. Hago todo eso y muestro un encuentro verdadero con el paciente, un encuentro real con la persona que tengo delante, intento que nuestra relación sea la más sincera que hay, para que pueda ser extrapolada a otras relaciones. Y saco tiempo, tiempo para él, para nosotros y para mí mismo como profesional. Para atenderme a mí en terapia, a lo que siento, a cómo me ha salido, a qué podría haber dicho, etc.
¿Y cómo se siente él? Se puede sentir escuchado, o incómodo por los silencios, alegre, feliz, motivado o reticente al cambio. Pero, sobre todo, tiene que sentir que estamos ahí con él. Porque entonces valdrá la pena. Porque nosotros, antes de tener cinco, seis o diez pacientes, si tuviéramos menos, y pudiéramos dar lo mejor de nosotros mismos, con todo ese sentimiento, con toda esa observación y atención dicha antes, es cuando se podría ver que los pasos más pequeños engrandecen nuestra vocación.
Y es que, en realidad, cuando más atendemos a eso, más nos acercamos a la psicología que soñábamos. Y aquí es donde quiero dejar mi grano de arena. Quiero que os llegue un sentimiento que alimente vuestras ganas de estar con el paciente, de ser con él para que él sea consigo, y para que el cambio y crecimiento sea mutuo. Porque es la verdad amigos, nosotros también crecemos con ellos.
A quienes conservan su sano juicio les hago el siguiente llamamiento: no leáis siempre y de manera exclusiva libros sanos: acercaros un poquito a la llamada literatura enferma, de la que tal vez podáis sacar un consuelo vital.
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