Me gustaría llamar la atencion sobre la oposición de estas dos palabras y poder reflexionar sobre cómo nos condicionan en la toma de decisiones, o en cómo vemos o pensamos sobre las personas con las que interaccionamos todos los días. Estas palabras se suelen utilizar de forma indiscriminada. Incluso desde la psicología es difícil de definir, ya que se encuentra cargado de subjetividad.
Según la Real Academia de la Lengua Española, en sus tres primeras definiciones de la palabra normal dice:
Del lat. normālis.
- Adj. Dicho de una cosa: que se halla en su estado natural.
- Adj. Que sirve de norma o regla.
- Adj. Dicho de una cosa: que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.
El hecho de crear normas o considerar como normal un comportamiento es sumamente beneficioso para que podamos relacionarnos y minimizar la posibilidad de que surjan conflictos sociales. Esta normalización es en ocasiones utilizada de forma hegemónica por los poderes del estado, o bien por pueblos para ejercer control sobre los grupos sociales.
Las modas actuarían también como un tipo de norma social; estas nos influyen en nuestro día a día, explicando muchas de nuestras conductas, decisiones y actitudes. Nos cuesta llevar la contraria a la mayoría, ya que la influencia social ejercida por los distintos grupos sociales favorece que tengamos la tendencia de comportarnos igual que nuestro vecino, disfrutar de los eventos de los que los demás disfrutan, desear ser como nuestros ídolos… etc.
Las personas tenemos la necesidad de pertenecer al grupo: la pertenencia grupal se puede ver como un sentimiento de vinculación o dependencia que experimenta un miembro de una sociedad. Sentir que pertenece a un grupo, sentirse parte de ese grupo. Pertenecer a un país, la familia, su grupo de trabajo, un club, un partido político, un grupo religioso… aminora el miedo a ser excluidos, que nos tachen de “no ser normales” “están locos, son maricas, lesbianas, excéntricos, enfermos mentales, discapacitados, raros…” En definitiva, seguir en el rebaño pero evitando convertirse en la oveja negra.
¿Estoy en el grupo de los normales o de los no normales?
Si nos paramos a reflexionar sobre todo lo expuesto, e intentando ser sinceros con nosotros mismos, quizá nos sorprendería el tiempo que necesitaríamos para decidir si incluirnos en uno u otro grupo, y las posibles dudas que surgirían.
Continuando con esta reflexión, fijándonos en nuestro alrededor y buscando entre nuestros amigos, conocidos o gente cercana: ¿Quién no tiene algún tipo de excentricidad, fobia absurda, manía obsesiva, una pasión extraña, debilidad inconfesable, costumbre irracional…?, ¡ojo!, sin llevarlas al extremo de que interfiera en nuestro día a día o nos genere malestar significativo.
Aun teniendo en cuenta todo ello, la mayoría de nosotros llegaríamos a la conclusión de que somos normales, en parte alentados por esta necesidad de pertenencia y de no ser excluidos del grupo mayoritario.
Ver lo diferente como normal.
Puede ser que, en ocasiones, esta tendencia a la normalización se vuelva en nuestra contra, dejando de servir como instrumento de socialización y propiciando la aparición del efecto rebote, surgiendo una serie de conflictos debidos a la no aceptación de la diversidad y variabilidad del ser humano; pilares estos, me atrevería a decir, de la evolución como especie.
Tenemos que darnos cuenta que el concepto de normalidad es un constructo que no en todas las épocas históricas ha sido el mismo, que cambia dependiendo de la cultura, clase social, etnia, género… etc.
Quizá debido a esta tendencia, en ocasiones exagerada, de normalizarlo todo, de utilizar incorrectamente estos términos, de dar una connotación negativa cargada de prejuicios, nosotros mismos nos alejemos de poder aceptar las diferencias, lo distinto, lo no habitual…Creando categorizaciones que en algunos casos aíslan o discriminan a las minorías.
El aumento de los casos de bullying podía verse alentado a consecuencia de esta exagerada tendencia a la normalización, categorizando y encasillando a personas que no se ajustan a los estándares fijados. En definitiva, a sesgar su definición, llevándola al extremo de considerarlas como raras, cuando en realidad son distintas o diferentes. Esta tendencia nos puede llevar a considerar como patológicas conductas o actitudes que habitualmente no son más que expresiones de creatividad, discrepancias o desacuerdos con lo que piensa o hace la mayoría.
Creo que, en la actualidad, existe la tendencia de justificar, incluso de alentar este sesgo. Me gustaría encuadrar todo lo argumentado en un contexto concreto. Por ejemplo, cuando a un niño no le gusta el fútbol y al resto de sus compañeros sí, unos padres que no son partidarios de que sus hijos realicen actividades extraescolares, cortarse el pelo de una forma determinada, tatuarse la mayor parte del cuerpo, tener una orientación sexual distinta a la de la mayoría, ponerse uno o varios piercings… de manera cada vez más frecuente nuestra reacción ante estas conductas es criticar, rechazar o intentar convencer para que cambien de opinión, pensar que les sucede algo, apelando a expresiones del tipo “vaya educación que estará recibiendo” “pero cómo se le puede ocurrir ” “qué dirán los vecinos” “es una tontería de adolescente” “le falta un hervor”, seguido de un intento de corrección, NORMALIZAR, interpretándolo como una desviación o intentando buscar una causa externa, como culpabilizando a l@s amig@s con que se junta. Estos son algunos de los muchos ejemplos que se nos pueden ocurrir de lo que la sociedad considera socialmente correcto para cada edad, sexo, raza, cultura, etc.
Creo que se debería de divulgar la información de que lo normal es también lo distinto, diferente, creativo, genuino, único… de esta manera potenciaríamos la empatía y la integración, generando curiosidad por conocer, entender y llegar a comprender la función de estos repertorios de comportamiento, facilitando su expresión sin que ello implique sentirse señalado.
Yo soy lo que soy, un individuo único y diferente
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