Una mirada más que severa, un grito inesperado, un pequeño insulto con disculpas posteriores, pequeñas humillaciones sin importancia son a menudo los primeros indicios de un maltrato en la pareja. Esto puede pasar a ataques de ira cada vez más violentos, más duraderos, más frecuentes en los que el maltratador humilla e insulta con sus sentencias y sus palabras.
Es frecuente que, en los primeros estadios del maltrato, el agresor justifique sus “explosiones” por situaciones de estrés, presión y prometa cambiar. En un elevado porcentaje de ocasiones, esto no es así y la situación empeora. Desde su posición de poder, poco a poco el agresor empieza a decidir por su pareja: dónde ir, con quién, cómo ha de vestir, si puede o no salir.
Cuando la víctima se queja de su infelicidad, su insatisfacción… la persona maltratadora o se encoleriza o bien inicia un discurso manipulador (que la maltratada no detecta) en el que, finalmente, la víctima sólo ve la responsabilidad de su infelicidad en ella misma y en su entorno; en fin, en circunstancias externas que nada tienen que ver con su relación de pareja ni con su agresor.
La víctima, gracias al perseverante trabajo de su maltratador, pierde progresivamente confianza en sí misma, anula su autoestima y va asimilando esta situación hasta el extremo de cambiar sus actitudes, sus costumbres, su forma de pensar, su forma de hacer, de hablar y de relacionarse en función de las reacciones que pueda causar en su agresor.
En la mayoría de ocasiones, todo esto pasa sin que nadie del entorno de la pareja se dé cuenta de la gravedad del asunto: ven alguna discusión de vez en cuando, alguna mala cara. Pero el maltratador teje su red en silencio. Normalmente, a ojos de todos, parece una persona encantadora con algún momento de genio nada más. Incluso la propia víctima, desde la dependencia emocional, logra verlo así y acaba justificando y defendiendo las actitudes de su verdugo.
El maltrato psicológico en la pareja puede durar toda la vida, acabar porque la víctima finalmente logra romper el lazo o bien derivar en maltrato físico. Esta última opción está siempre a un mínimo paso del maltrato psicológico. En muchas ocasiones, la víctima sólo toma conciencia del maltrato que ha estado sufriendo durante años cuando empiezan las agresiones físicas.
Una víctima de maltrato psicológico puede presentar dolores de cabeza, de espalda o articulares, mostrarse irritable, angustiada o sufrir ansiedad, tristeza y ganas de llorar sin motivo aparente. El insomnio y la fatiga permanente así como la inapetencia sexual también son habituales. A todo esto, se le suma un pensamiento fatalista, sentimiento de culpa y una sensación de temor generalizada, soliendo abandonarse socialmente y a ser menos comunicativa con las personas de su entorno.
El maltratador intimida, maneja a la víctima y manipula las circunstancias en su provecho. Para imponer su parecer puede apelar a la lógica y la razón, manipular emocionalmente, humillar o insultar. En caso de tener hijos, la persona maltratadora maternaliza/paternaliza a la víctima, creando las condiciones para que ésta dé prioridad al cuidado de las otras personas (evitando así que piense en su propio cuidado). El maltrato continuado daña la autoestima y genera dependencia, acompañada de la sensación de culpa que va generándose gracias a conductas del agresor como generar lástima a través de comportamientos autolesivos (ya sean físicos o verbales) o incluso amenazas de suicidio.
Existen señales de alerta en las actitudes de un potencial agresor que evidencian (o derivan hacia) el maltrato psicológico como ignorar los sentimientos de la pareja, ridiculizar o insultar la mayoría de sus valores y creencias, así como ridiculizar o insultar a las mujeres como colectivo. Es también habitual que utilice su aprecio o afecto como premio / castigo y que critique, insulte o grite a su pareja tanto en público cómo en privado. En ocasiones, castiga o pega a animales de compañía y destruye muebles, golpea puertas, paredes o rompe objetos domésticos cuando se enfada.
Si entendemos la inteligencia emocional como la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos, entendemos que tanto víctima como agresor carecen de esta inteligencia. La inteligencia emocional se sustenta en cuatro pilares básicos:
- Autoconocimiento: reconocer nuestras emociones y cómo éstas afectan a nuestras conductas
- Autocontrol: controlar nuestros impulsos y reacciones
- Automotivación: atender a nuestras necesidades y motivarnos a realizar conductas saludables para nosotros y los demás
- Empatía: sintonizar con las emociones de los demás
De aquí la importancia en educar en inteligencia emocional, especialmente a nuestros pequeños/as. Esta sociedad patriarcal en que vivimos fomenta la actividad, la competición, la agresividad, la transgresión y la fuerza en los niños, mientras anima a la pasividad, la ternura, el acatamiento de las normas, el cuidado y la obediencia en las niñas, reforzando así los futuros roles de agresor y víctima. A su vez, se crean expectativas estereotipadas y la mujer asume atributos e incluso conductas de dependencia afectiva frente al varón, convirtiéndola en víctima potencial de maltrato.
Se trata de romper con los estereotipos marcados por el género y aprender, a través de la inteligencia emocional, a establecer relaciones basadas en la empatía, la igualdad, el diálogo, la negociación, la cooperación y la resolución de conflictos constructiva, con un discurso asertivo y respetuoso. Si, por ejemplo, dejamos que nuestros hijos/as resuelvan los conflictos con pataletas y nosotros con cachetes, enseñaremos esto para resolver conflictos en el futuro. Si por el contrario, hablamos, controlamos nuestros impulsos y emociones para dialogar y empatizar con las suyas, lograremos resolver los conflictos de manera constructiva, fomentando en nuestros pequeños / as un mejor manejo del estrés, una correcta tolerancia a la frustración y un buen conocimiento de sí mismos, de sus impulsos, sus emociones y las de los demás en beneficio de ellos mismos y, por tanto, de sus relaciones.
Empecemos a conocernos a nosotros mismos y a nuestras emociones. Conectemos con las emociones de los demás y regulemos nuestros impulsos; sabremos así educar desde la inteligencia emocional y fomentar la misma en nuestros hijos. Hagámosles ese favor, a ellos y a nuestra sociedad en conjunto.
Referencias bibliográficas
Garriga, A. y y Martín, J. C., 2011. Guía práctica clínica. Actuación en salud mental con mujeres maltratadas por su pareja. Departamento de salud mental del servicio murciano de salud.
Goleman, D., 1995. Emotional Intelligence. New York: Bantam Books.
Hué, C., 1994. Inteligencia Emocional y prevención del maltrato de género. II Jornadas sobre violencia familiar. Universidad de Zaragoza.
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