A lo largo de la historia, el ser humano ha sido protagonista de los males más atroces que ha visto la naturaleza. Sería interminable la lista de capítulos en los que una persona, o grupo de personas, han llevado a cabo actos en los que la provocación de dolor es la principal motivación para cometerlos. Hoy en día no existe periódico en el mundo, ni programa de noticias que no se haga eco de más de una información que consiga ponernos los pelos de punta.
Pero un hecho aún más sorprendente es la consiguiente necesidad por aclarar la razón de que se hayan podido producir tales actos. Quizás porque a nadie le entra en la cabeza que alguien sea capaz de hacer algo así, o tal vez porque necesitamos una explicación que justifique que esto pueda ocurrir.
Es en ese momento cuando buscamos la respuesta en el mismo sitio: la enfermedad mental. Si echamos la vista atrás, a todos se nos ocurrirán ejemplos en los que al oír una noticia sobre un episodio violento en la televisión, posteriormente se ha querido comprobar cuál ha sido la patología mental que ha motivado este acto.
Haciendo un recorrido por la historia de la humanidad, encontramos varios ejemplos en los que recurrimos a causas externas a nosotros para justificar la crueldad del ser humano: durante la Edad Media, la Iglesia se encargó de declarar al demonio como principal autor de los crímenes que se cometían; es decir, aquella o aquellas personas que atentaban contra la vida de otro ser humano eran los que se encontraban poseídos por este ser. Es interesante observar, a este respecto, que la misma causa se empleara para explicar la razón de que ciertos grupos de individuos tuvieran una serie de síntomas anormales.
Yendo más adelante en la historia, encontramos que en el S. XX, concretamente durante la Segunda Guerra Mundial, el motivo por el cual una persona se consideraba mala o peligrosa era por los ideales políticos que defendía. Todos los crímenes tenían la misma explicación para justificar que se hubieran cometido: ser de izquierdas o es de derechas.
Hoy en día, vemos que este tipo de actos se justifican mediante la etiqueta de enfermedad mental. Un ejemplo reciente es el accidente de Germanwings en el que murieron 150 personas; cuando escuchamos que fue un accidente provocado por el copiloto del avión, toda la maquinaria burocrática se puso en marcha para encontrar el trastorno mental —en este caso depresión— que había llevado a este hombre a cometer tal homicidio. Pero probablemente fueron pocos los que se pararon a pensar durante unos minutos y llegaron a la conclusión de que, tal vez, la etiqueta más realista que pueda definir a este hombre es la de mala persona.
Esto me lleva a preguntarme si no será posible que el ser humano necesite etiquetar estos sucesos como productos de una disfunción psicológica para desculpabilizar a la humanidad de sus actos más deleznables.
Pero, admitámoslo, el ser humano tiene la capacidad moral para provocar dolor a todo aquel que le rodea. Nosotros continuaremos negándolo, para protegernos, porque nos duele aceptar que somos parte de una especie que no solo es capaz de herirse a sí mismo, sino que muchas veces actúa sin piedad con otras personas y con otros animales. Quizás con esto consigamos desculpabilizarnos, quizás nos haga sentir mejor ya que, si creo que solo soy capaz de hacer daño a los demás si tengo alguna enfermedad mental, estoy a salvo. Pero todos nosotros deberíamos aprender que una depresión no coge los mandos de un avión.
Por último, en numerosas ocasiones en lugar de quitarnos culpa y responsabilidad sobre estos actos, lo único que conseguimos es aumentar el estigma social que día a día sufren aquellas personas que verdaderamente sufren una patología mental. Personas cuyo único interés en la vida es tratar de ser feliz, no dañar a los demás.
Joseph Conrad, un novelista británico del siglo XIX escribió:
la creencia en algún tipo de maldad sobrenatural no es necesaria. Los hombres por si solos ya son capaces de cualquier maldad.
Estamos suavizando la maldad con términos como intolerancia, pérdidas, presunción, corrupción, para justificarnos y cuando es evidente que hacemos daño, entonces “nos hacemos los locos “ así evadimos la justicia y aliviamos algún remordimiento.