“¿Estas cosas no pasan en las películas?”, “¿Por qué me ha tenido que pasar a mí?”, “yo no me merezco esto”… Estas son algunas de las frases que a muchas personas se les pasan por la cabeza en muchos momentos de desesperación, en aquellas ocasiones en que la vida se queda hundida, en un pozo de oscuridad donde no puede verse ni un ápice de claridad.
Cada año mueren miles de personas en todo el mundo. Según la última tasa de mortalidad recogida por el INE (Instituto Nacional de Estadística) , el pasado 2015 murieron en España alrededor de 70.000 personas, más de las que nacieron. La muerte es una transición más, es el destino que a todos nos viene impuesto, la razón de que hoy en día estemos aquí y ahora. Como dijo Mario Benedetti “Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”. Y esta es una autentica realidad; no puedes morir si antes no has vivido, no puedes llorar la muerte de un familiar si antes no compartiste bellos momentos en vida con él, no puedes odiar que este momento llegue si no necesitaras a esa persona tanto en tu vida. ¿Quiere decir esto entonces que debemos conciliar el hecho de morir como algo más que tiene que llegar para celebrar que esa persona ha vivido? ¿Qué ocurre con esas muertes injustas, o es que no existen muertes injustas?
Llevo mucho tiempo reflexionando acerca de esto y aún no tengo la respuesta exacta ni creo que la vaya a tener nunca. ¿Qué consideramos normal o no normal para la desaparición de un ser querido? Se supone que la muerte de un anciano es algo lógico, pues esa persona ya ha acabado su ciclo y debe abandonar este mundo; se supone que cuando se tiene una enfermedad grave que te incapacita resulta comprensible que algunos momentos desees apartarte de este mundo, e incluso que se te dé ese privilegio en determinados países, como la enfermedad de Stephen Hawking, uno de los científicos más brillantes de la historia. Este hombre padece una enfermedad —ELA (esclerosis lateral amiotrófica)— que afecta a todo su funcionamiento motor pero el cerebro permanece intacto y sin ninguna alteración. Y como él muchas personas la sufren, esta y otras enfermedades aversivas que nadie desearía para ningún conocido suyo. Gran parte de aquellos que pasan por estas circunstancias no desean seguir viviendo porque la propia vida resulta más cruel que la muerte. ¿Quién decide por su vida?, ¿Quién acepta que no se quiera seguir viviendo así? Estas preguntas muchas personas, entre las que me incluyo, nos las habremos hecho infinidad de veces y, por supuesto, lo único que se saca en claro es un gran debate que da para muchas horas y opiniones muy dispares.
Hablando con la gente de mi entorno sobre la muerte o el deseo de morir, mi valoración ha ido cambiando a lo largo de mi vida y hoy en día no tengo una opinión que sea adecuada y perfecta para defender todo esto. Por un lado se abre el gran debate de que cada uno tiene derecho a querer vivir o morir y que nadie puede decidir sobre ello excepto la persona involucrada. Y esta es una teoría que muchas veces he admitido e incluso defendido y hoy en día es muy probable que lo siga haciendo. Pero es al entrar al mundo de la psicología donde mis valores se contradicen; si empiezo a esgrimir que cada uno tiene derecho a elegir ¿por qué los psicólogos nos centramos tanto en paliar el suicidio? Muchas personas que padecen ideación suicida piensan que su vida no vale la pena, por razones como que han perdido a sus hijos, a sus parejas, les han despedido, violado y así con un sinfín de cosas; en psicología solemos decir que pueden estar padeciendo un duelo patológico, una depresión mayor o incluso un brote psicótico. En nuestra disciplina tenemos múltiples diagnósticos para explicar las patologías de la conducta, al fin y al cabo las personas que piensan en el suicidio puede ser que psicológicamente se encuentren en una situación equivalente a la de una persona que esté en silla de ruedas… la verdad que no lo sé, esto es pura suposición que me hace volver a lo mismo, no tener muy claro que posición defender.
Y este dilema que se plantea mucha gente es sólo uno más de la cantidad de problemas por los que pasan las personas, multitud de situaciones insostenibles de casos de películas. He tenido varios momentos en mi vida en los cuáles me hacía las preguntas que he mencionado en el principio de este articulo, y sin duda la que más gracia me hace hoy en día es la de ¿estás cosas no pasan sólo en las películas?, y es que estas son en el fondo representaciones de la realidad, no sólo ficción.
Con esto no quiero decir que todo lo que ocurra en las películas te va a pasar a ti, pero si que ocurre en el mundo real. Que tu hermana sea secuestrada, violada y asesinada ocurre, que tu novio se quede en silla de ruedas, ocurre, que tu madre muera, también ocurre.
Entonces, ¿debemos vivir con miedo? El miedo es una emoción adaptativa que realiza muchas funciones entre las que está la protección. No es malo que nos protejamos pero como siempre se dice, todo en su justa medida.
Este planteamiento me hace pensar en una palabra que se utiliza en psicología positiva y que cuando la descubrí me pareció brillante, resiliencia: se define como la capacidad del ser humano para recuperarse ante la vivencia de eventos traumáticos. Según numerosos estudios se observa que la resiliencia es un fenómeno común entre las personas que se enfrentan a experiencias adversas y que surge de procesos adaptativos del ser humano (Masten y Reed, 2002). Solamente pensar en esta definición ya me hace sentir un escalofrío, es decir, nosotros estamos preparados para ser resilientes y sin embargo muchos desconocemos de que se trata este fenómeno; puede ser que existan personas capaces de recuperarse de situaciones insuperables y logran salir airosos de ellas, y a lo mejor hasta desconocen el por qué. Las personas resilientes son capaces de identificar los problemas de sus vidas y evitar que se repitan en el futuro, así como de manejar sus emociones en situaciones de crisis, permaneciendo centrados en el aquí y ahora; igualmente pueden controlar sus impulsos en momentos de alta presión, piensan que las cosas pueden ir bien, tienen una visión positiva del futuro, sin dejarse llevar por la irrealidad. Ellos son los verdaderos héroes de las películas.
Ser resiliente es una virtud que todos nosotros deberíamos desarrollar, no solamente para salir airosos de situaciones inimaginables, sino para afrontar la vida de otra manera, ser capaces de luchar por lo que uno quiere y desea, ser competentes y confiar en nosotros mismos; la resiliencia proporciona una gran baza de cartas que a todos nos gustaría tener en esta partida que es la vida. Y esto es algo que si que tengo claro, de hecho lo único claro de todo el articulo, se que quiero ser resiliente y promover este fenómeno para que todos sepan de su existencia y tengan las mismas cartas que yo en el juego, pues como dijo Jorge Barudy “las adversidades cambian la dirección pero no determinan la vida”.
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