En la adolescencia la persona comienza a asumir las responsabilidades del adulto o lo que es lo mismo, comienza con su madurez física y psíquica. En este período, los cambios no sólo son físicos sino también emocionales, sociales y psicológicos. En la actualidad, quizás, por los métodos de crianza y de educación y debido también a la degradación del bienestar de la infancia y la escasez de oportunidades para los jóvenes, así como otros múltiples factores influyentes, hacen que la parentalidad tenga que alargarse y que los jóvenes adultos no terminen de abandonar la franja temporal de la adolescencia, que antes se consideraba terminada alrededor de los 18 años. Llegado este momento, los jóvenes adultos tienen que enfrentarse a nuevos retos, como es el asumir cambios en su entorno, acudir a la universidad, nuevas dificultades para relacionarse con gente nueva, problemas con el autoconcepto y autoestima… pero sobre todo, la presión de realizar pruebas continuas en un entorno, tremendamente competitivo, donde a menudo se les intenta inculcar la idea de que “en el futuro serán lo que logren hacer en ese momento; de que si no luchan por sus metas, tendrán un futuro vacío”. No todos los jóvenes están preparados para asumir esos retos. En ocasiones necesitan ayuda o una guía externa para poder acometerlos.
Piaget estudió el pensamiento de los niños siguiendo los diferentes hitos evolutivos. Así, el niño a partir de los 12 años se caracteriza por su capacidad para elaborar hipótesis, analizar las diferentes posibilidades, su razonamiento hipotético-deductivo, usar proposiciones, adquisición progresiva de un pensamiento universal, similar ya al pensamiento del adulto. La culminación del desarrollo intelectual se consigue con el pensamiento abstracto en la adolescencia, de manera que el joven es capaz de manejar ya no sólo hechos concretos, sino ideas y abstracciones, lo que le permitirá elaborar hipótesis y someterlas a prueba. Una vez adquirido este tipo de razonamiento, los jóvenes adultos podrán usar la crítica para analizar y cuestionar, desarrollando su propio criterio. Con todo ello queremos decir que se va dando en la persona, desde la adolescencia a la adultez, un tránsito progresivo en el que es necesario respetar los tiempos del joven, para que la persona pueda alcanzar, adecuadamente, la madurez en todos los sentidos.
Sin embargo, en ocasiones hay determinados rasgos que se pueden señalar como característicos de los jóvenes, sobre todo en la adolescencia, e incluso aún después para el caso de aquellos que todavía no han llegado a esa madurez psicológica, como por ejemplo: su tendencia a discutir con las figuras de autoridad (padres, profesores), su egocentrismo o que al tener una excesiva conciencia de sí mismos y querer ser “el ombligo del mundo”, no son conscientes de otras realidades, de las posibilidades que se les presentan. Como vemos, existen rasgos típicos en los diferentes hitos del desarrollo, y en ocasiones, para algunos padres es más fácil decir: “mi hijo no se esfuerza en la universidad o no quiere estudiar”, en lugar de, “a lo mejor mi hijo no es capaz de prestar atención”, puesto que no es raro que los jóvenes vivan situaciones que los superan: cuando se les somete a un estrés continuo, interacciones no adecuadas, consumo de sustancias, hábitos no saludables, aislamiento, exceso de estímulos ambientales, etc.
En Psicopatología, suele hablarse de factores de riesgo, pero también suele hablarse de los mecanismos de protección, que ayudan a superar las adversidades. La capacidad que tiene la persona para superar las dificultades que se le presentan es un mecanismo de adaptación psicológica a los cambios ambientales. La resistencia es un recurso de protección que puede usar el joven frente a los problemas que le surjan, y se compone de numerosos factores: unos pueden ser genéticos, otros cognitivos, otros del contexto, como por ejemplo, la calidad de los amigos o la cohesión familiar, e incluso vivir experiencias emocionalmente beneficiosas, como podría ser el Mindfulness frente a las experiencias estresantes del ámbito universitario. Se le ha dado mucha importancia como factor de resistencia a la tendencia a planear, que se refiere a una autoreflexión, además de la capacidad de poder enfrentarse a los retos y de poseer la autoestima adecuada (Ezpeleta y Toro, 2017). Por ello, en la adolescencia es conveniente promover habilidades preventivas, como puede ser la metacognición (pensar que pensamos) y adquisición de habilidades sociales, junto con un adecuado cuidado del entorno. Claro está, que lo que va a influir en la capacidad de un individuo para poder enfrentarse en el futuro a situaciones estresantes no sólo está en la genética, en su ambiente temprano, en la sensibilidad materna o vinculación con la madre, sino que también se encuentra en su personalidad o temperamento, en el apoyo de la familia, pero sobre todo en la capacidad que posea para hacer frente a las adversidades sociales y desde luego, enfrentar posibles psicopatologías.
No es raro escuchar a profesores universitarios, en las tutorías de padres: “su hijo no atiende en clase, se despista con una mosca, es incapaz de centrarse en las explicaciones que se están dando en el aula”. En ocasiones, aunque se trata de jóvenes adultos afables, excepcionales y con múltiples capacidades para acometer los retos que se propongan, se muestran como personas irritables a las que les cuesta comunicarse con sus padres, viven una serie de conflictos por el ritmo frenético al que la propia sociedad los somete y, sobre todo, tienen muchas dificultades para seleccionar los estímulos precisos y adecuados, en una realidad que busca principalmente las respuestas automatizadas y deshumanizadas (Freire, 2017). Llegados a este punto, la competitividad en el ámbito universitario hace que los jóvenes hayan de someterse al ritmo que llevan sus compañeros, a las presiones de múltiples exámenes (que no sirven para ver su rendimiento real, y que les causa malestar y exceso de estrés), a los problemas y conflictos que se viven en el ámbito familiar, dificultades con las relaciones sociales, enfrentar, por adelantado, la imagen de las pocas oportunidades profesionales que tendrán para desarrollarse en el futuro y, sobre todo, el hecho de que serán esos jóvenes los que tengan que adaptarse a la universidad, no la institución a ellos. Aunque su futuro depende de la formación que reciban, las instituciones educativas no se lo ponen fácil. Quizás nadie forma para ir a una universidad o a estudios superiores profesionales, y los jóvenes no están preparados para los cambios fulminantes en esos entornos educativos.
Por lo dicho, no podemos eludir una reflexión sobre la cantidad de casos que se dan hoy, entre jóvenes universitarios, de aquellos que tienen dificultades para mantenerse atentos en una misma actividad, o que cometen muchos errores, o que son desorganizados o al no saber planificar, dejan todo para el último día, creyendo que van a aprobar toda la asignatura, estudiando la última noche. Cuando suspenden, entonces consideran que el problema es, o bien la dificultad de la asignatura, o que la carrera no es para ellos, o incluso se ven incapaces de superar las tareas universitarias y se ven abocados al fracaso, mientras que sus padres adquieren sentimientos de culpabilidad y fracaso educativo, dado que sus hijos han roto sus expectativas de futuro. Todas estas dificultades pueden explicarse, en algunos casos, “porque el joven no quiera”, pero en otros casos las dificultades que presentan es porque realmente “no puede”. Entonces es cuando podemos empezar a sospechar la presencia de alguna patología. Algunos autores hablan de síndrome, otros de trastorno y para otros, sería una sintomatología; desde luego, todavía hoy es causa de debate (Freire, 2017). Nos estamos refiriendo al Trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), que afecta a la capacidad de la persona para regular su hiperactividad, impulsividad y/o atención.
Según el DSM-5, el TDAH se caracteriza por un patrón persistente de inatención y/o hiperactividad-impulsividad, que interfiere en el funcionamiento de la persona.
Existen dos tipos de TDAH:
- Subtipo por hiperactividad-impulsividad:
Este se caracteriza porque la persona cumple seis o más síntomas, durante seis meses, en un grado que no concuerda con el nivel de desarrollo, por ejemplo: golpear manos y pies, con frecuencia se levanta en situaciones en las que se espera que permanezca sentado, habitualmente corretea donde no es apropiado, con frecuencia está ocupado, actuando como si lo impulsara un motor, hablando excesivamente, con frecuencia responde inesperadamente o antes de concluir la pregunta, tiene dificultad para esperar su turno o interrumpe o se inmiscuye en las actividades de otro.
- Subtipo de TDAH, es el inatento:
Este se caracteriza básicamente por un patrón de no atención: no presta atención a los detalles, por descuido se cometen errores, dificultad para mantener la atención en tareas, con frecuencia parece no escuchar, no sigue instrucciones, con frecuencia tiene dificultad para organizar tareas, etc… El individuo debe cumplir, al menos durante seis meses, seis o más de los anteriores síntomas, en un grado que no concuerda con el nivel de desarrollo, afectando a su funcionamiento social y académico-laboral. Además, algunos de estos síntomas deben estar presentes antes de los 12 años y en dos o más contextos, interfiriendo en su funcionamiento social, académico o laboral. Los síntomas no se producen en el curso de otros trastornos (ej. esquizofrenia).
El especificador Mixto o combinado, se da si se cumplen los criterios del subtipo de inatención y los del subtipo de hiperactividad-impulsividad, durante los últimos 6 meses.
El TDAH comienza en la infancia, pero el requisito es que varios síntomas estén presentes antes de los 12 años. Está claro que los diferentes síntomas variarán según el contexto del individuo, pero debido a las características del TDAH y también a los rasgos propios o típicos de la adolescencia tardía (por ejemplo, que estén tan centrados en sí mismos, ignorando otros estímulos, o que estén pendientes de varios estímulos o circunstancias que les causen fatiga y que no sean capaces de ver las diferentes posibilidades que les presenta la vida, o que a través de la hipocresía aparente, decidan no mover ficha, porque consideran que lo que les sucede en la vida, no depende de ellos, etc). Por ello, es necesario distinguir los problemas que van asociados a cada hito del desarrollo, y que se refieren a la edad, de los problemas que exceden de esas dificultades y que se trata de sintomatología del trastorno, sobre todo a partir de los 18 años, interfiriendo gravemente en su funcionamiento diario, y que de alguna manera predicen adversidad psicosocial y patología. Por lo dicho, no es raro que muchos universitarios estén infradiagnosticados en TDAH.
No existe ningún marcador biológico para diagnosticar el TDAH
En la mayoría de los individuos, la hiperactividad es menos visible durante la vida adulta, aunque “las dificultades pueden persistir debido a la inquietud, inatención y pobre planificación”. En la edad adulta, “junto con la inatención y la inquietud, puede ser problemática la impulsividad aun cuando la hiperactividad haya disminuido”. La resistencia a participar en actividades que requieran aptitudes académicas resulta frecuente en los adultos con TDAH (DSM-5, APA).
En todo caso, para hacer el diagnóstico de TDAH por inatención del joven adulto, es necesario un análisis médico-psiquiátrico pormenorizado, porque además en un ambiente muy estructurado, puede ocurrir que los síntomas del trastorno sean imperceptibles.
Es necesario efectuar a la hora de hacer el diagnóstico de TDAH (Ezpeleta y y Toro, 2017):
– una anamnesis detallada, revisando los diferentes criterios diagnósticos
– examen médico completo para conocer el estado de salud del individuo y descartar posibles problemas orgánicos como por ejemplo: déficit visual, auditivo, anemia, daño cerebral o carencia de determinados nutrientes (Freire, 2017)
– una historia clínica, recogiendo los síntomas actuales, la historia de los mismos, tratamientos…
– entrevista clínica con los padres, a solas
– entrevista clínica con el joven adulto, a solas
– entrevista familiar para examinar el funcionamiento del individuo
– revisar informes universitarios, evaluándolos en el tiempo
– exploración neuropsicológica (evaluación funciones ejecutivas, atención e impulsividad)
– exploración psicológica (con diferentes pruebas test: d2 para evaluar la atención, CI para examinar cociente intelectual). La evaluación psicológica debe hacerse no sólo a nivel cognitivo y examen del desarrollo intelectual, sino también a nivel emocional
– evaluar la presencia de otros trastornos (ej. dislexia, discalculia)
– no es necesario efectuar analíticas, ni neuroimagen, ni electroencefalograma para diagnosticar
– visita al psiquiatra, para posible tratamiento farmacológico, en caso de combinar terapia psicológica y farmacológica
El TRATAMIENTO que se ha mostrado eficaz para el TDAH es el MULTIDISCIPLINAR, que combina la terapia psicológica, farmacológica y psicopedagógica.
Presenta evidencia científica de eficacia la terapia cognitiva-conductual y es esencial, desde el inicio, crear una adecuada alianza terapéutica entre joven-padres-terapeuta. Pues como señala Heike Freire, dada la complejidad de los problemas en nuestra sociedad: “se necesita toda la tribu, para cuidar a un niño”.
REFERENCIAS
American Psychiatric Association. (2014). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. DSM-5. Madrid: Editorial médica panamericana.
Dosil, A. (2012). Desarrollo cognitivo, afectivo, lingüístico y social. Madrid: Ediciones CEF.
Ezpeleta, L., Toro, J. (2017). Psicopatología del desarrollo. Madrid: Pirámide.
Freire, H. (2017). ¡Estate quieto y atiende!. Barcelona: Herder.
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