He cerrado el círculo

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He cerrado el círculo

Si alguna vez has pensado en que estabas pensando, significa que has estado haciendo uso de tu sistema metacognitivo, y con ello, de analizar tus pensamientos y hacer inferencias sobre los de otros. Las estrategias metacognitivas pueden tener mucho que ver con una buena mente lógica: estrategias de aprendizaje, procedimientos, planificación… el pensamiento lógico conlleva una serie de relaciones simbólicas, a veces arbitrarias, a veces derivadas o transformadas, tal como estableció Steven C. Hayes en la Teoría de los Marcos Relacionales.

Estas relaciones simbólicas generan en nosotros una estructura categorizada de pensamiento y a su vez, esta estructura nos ayuda a entender el mundo, a ordenarlo, a prever los acontecimientos… en definitiva, a garantizar un buen procesamiento automático, y con ello, aumentar la eficacia en el funcionamiento cognitivo, empleando los mínimos recursos. Sin embargo, si intentásemos dar un tinte transpersonal existe un lado oscuro de la fuerza; esas mismas relaciones verbales aprendidas ejercen control sobre lo que las personas hacemos, nos condicionan después de llevar a cabo esas construcciones simbólicas: si A entonces B. El hecho de relacionar palabras-objetos-eventos-funciones es el punto clave que revierte del aprendizaje en la comunidad verbal.

El aprendizaje del lenguaje origina que las cosas, las palabras, los acontecimientos con los que nos relacionamos puedan tener funciones que no vienen dadas por sus características físicas ni por una historia directa, sino que proceden de los marcos de relación en los que se incluye la propia historia de la persona. La literalidad del lenguaje nos juzga, nos evalúa, nos compara, nos propone metas inalcanzables, utiliza atajos como “bueno-malo”, “más menos”, “inclusión-exclusión”… e incluso nos anticipa a un futuro inexistente, eliminando prácticamente y de manera inconsciente la incorporación de otros elementos moduladores.

La literalidad del lenguaje nos juzga

¿Nos cuestionamos entonces aquello que pensamos, o estamos fusionados con nuestros pensamientos? Es difícil disociar el pensamiento del ser: ¿qué ocurre entonces cuando asumimos que nuestros pensamientos son nuestro ser, sin cuestionarnos esas reglas con las que hemos crecido?

Nuestro subconsciente, nuestra esencia, nuestro ser propiamente dicho (da igual como lo llamemos) lo sabe:

Nuestro ser

Y reacciona con toda una baraja de emociones, que pueden nuevamente ser sintetizadas a simbolismos verbales construidos por otros y alimentados por otros muchos más —“¿por qué me siento así, si lo tengo todo?” “tengo que ser feliz” “aprovecha cada día”— propiciando la evitación de los aspectos nucleares del ser humano, así como generando una reacción emocional secundaria que ensombrece y convierte en patológica la primaria.

Las manifestaciones son muy diversas, si les quisiéramos dar un nombre: ansiedad, obsesiones, comportamientos compulsivos, depresión… y otros patrones que se transforman en cuadrados viciosos, o pensamientos recurrentes,  que al procurar suprimirlos se transforman en obsesivos, propiciando una potente fuente de infelicidad, valiéndose en muchos casos de una vida en forma de piloto automático (uno de los refugios más extendidos de la sociedad actual), adormeciendo al cerebro y a la capacidad de conectar con la experiencia.

Ante esta inminente actividad mental se vuelve necesaria la desliteralización, la debilitación del apego excesivo al contenido, dejando espacio a los contenidos mentales no deseados, sin enredarse en esfuerzos inútiles por eliminarlos, huir de ellos o pretender controlarlos.. ¿Qué dicen esos contenidos sobre nosotros mismos? Para contestar esta pregunta, resulta conveniente dar paso a la aceptación, sin juicios, como una mera información del yo-en el contexto, facilitando que la persona se implique en la experiencia de una manera plena, con actitud de curiosidad, para aprender de ello y abrir un espacio en el que tenga lugar.

Muy probablemente, esos pensamientos, exentos de juicios, nos proporcionarán información valiosa sobre las direcciones que queremos para nuestras vidas, y muy probablemente ocurra que esas direcciones son distintas a las prefijadas, a las aprendidas o a las establecidas por un entorno sociocultural cargado de reglas. Esas direcciones en constante cambio requieren del compromiso con los valores relevantes para la persona, el cómo quiere vivir su vida y qué conlleva eso, decisiones disruptivas en muchos de los casos. Cabe decir que los valores no son objetivos, o consecuencias claras y tangibles, si no que se trata de objetivos abstractos a través de diferentes comportamientos. Los valores cambian, y la persona ha de cambiar con ellos: “El éxito de la unión, reside en el éxito de la evolución conjunta, y para ello ha de existir el potencial necesario para que eso ocurra”.

Es importante señalar que no estamos debatiendo entre razón y emoción, si no que estamos haciendo nuestra propia construcción de lo que significa una vida plena, logrando la coherencia entre lo que somos, las metas valiosas para nuestra vida, lo que sentimos, como todo ello permuta en un contexto en constante cambio y se relaciona de manera adaptativa con nuestros pensamientos.

Adquirir un compromiso con esa sincronía despliega un conjunto de habilidades cargadas de apertura y disposición ante el cambio; adoptando una postura de flujo, ya que la vida resulta ser, en realidad, la única oportunidad de jugar una apasionante baza, donde, en muchas ocasiones hay que perder la torre para ganar la partida… para lograr, la tan ansiada, cuadratura del círculo.

Artículo escrito por María José Pérez Regalado

En el centro de psicología en Madrid trabajamos un equipo de psicólogas y psicólogos entusiastas de nuestra profesión, con años de experiencia, un alto nivel de especialización y una amplia formación contrastada. Queremos ofrecer respuestas y herramientas a las personas para facilitar su pronta recuperación y así poder mejorar su bienestar y su calidad de vida en general.

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