El apego es el lazo afectivo entre dos personas. Generalmente, cuando hablamos de apego solemos referirnos al que surge entre padres e hijos, relación en la cual se desarrollan las capacidades sociales y emocionales necesarias para establecer relaciones sociales significativas, equilibradas y satisfactorias con otras personas.
Según Barroso (2014, p.3) el “desarrollo socioemocional de las personas depende en gran medida de cómo hayan sido tratadas por sus figuras de apego”.
Con el nacimiento de un hijo, se enhebra la niñez de este niño con la de sus padres. Se unen dos retales: el apego que recibieron los padres cuando crecieron, y el apego establecido con los hijos.
La forma de tratarles implica una relación entre la forma de expresar afecto y establecer límites (normas, autoridad), lo que da lugar a cuatro tipos de estilos educativos:
a. Estilo autoritario:
Las normas son claras y, si no se cumplen, se aplican consecuencias.
Los hijos aprenden a obedecer para evitar las consecuencias dañinas: aprenden a temer la autoridad de los padres, el niño suele quedar bloqueado en sus iniciativas y no aprende a realizar conductas adecuadas por propia convicción.
En este marco, la relación con la figura autoritaria se vive como poco cercana o accesible; es un bullir de frustración, quizás contenida, cargando la relación con el hijo de tensión.
El control de las consecuencias está en los padres, y el niño no tiene control sobre el cambio que puede hacer para mejorar; es una mera marioneta que responde a las consecuencias, positivas o negativas, que sus padres arbitran o juzgan necesarias en cada momento. El pequeño aprende a reaccionar y a prevenirse, en base a factores externos, por lo que su propia estima depende de la aceptación de sus padres.
b. Estilo permisivo:
El objetivo es no coartar las capacidades del niño ni sus libertades, o bien a veces el propio ritmo de vida nos hace caer en este tipo de actitudes: la idea de “para el poco tiempo que estoy con él, encima no me voy a pelear…”
Por otro lado, los padres no se muestran cercanos o accesibles, más bien basan la relación en que el pequeño actúe con libertad, pero evitan implicarse tanto en normas como en afecto.
Sin embargo, un ambiente sin normas a la larga genera inseguridad pues no hace predecible el control sobre el entorno, y se vive con expectación e incertidumbre; en este sentido, las normas a veces frustran, pero también protegen.
Los niños que son educados en este marco podrían convertirse en adolescentes conflictivos, con ausencia de sentido de responsabilidad, pues en su infancia no asumirán casi consecuencias negativas a sus actos, por lo que, de nuevo, no tienen control sobre el cambio que pueden hacer para mejorar, afectando a la conducta orientada a metas y buscando satisfacción de objetivos a corto o medio plazo, sin sentirse satisfechos.
Se potencia así una estima de sí mismo que no es real: muy elevada, lo que lleva a baja tolerancia a la frustración, actitudes poco tolerantes, conductas de riesgo…
c. Estilo sobreprotector:
Los padres intentan facilitar el camino al niño tanto que terminan por darle una visión amortiguada de la realidad: le ayudan en las cosas más básicas, incluso hacen las cosas por él, aunque él ya sea capaz de hacerlo solo.
Los padres tienen el control de las consecuencias, o al menos lo pretenden, pero no por exceso de autoridad sino por exceso de celo. Se muestran muy afectivos y cercanos, intentan darle lo mejor y evitarle lo peor a su hijo, con lo que este mantiene el patrón de dependencia más allá de lo esperado a su edad, y no desarrolla adaptativamente su capacidad de autonomía personal.
Esto afecta al desarrollo de la autoestima, al no tener experiencias de éxito, así como vivir a sus modelos haciendo las cosas por ellos. Esto, que al inicio puede resultar cómodo, resulta extremadamente dañino para el futuro adulto. Se potencia una estima de sí mismo que no es real: unas veces muy elevada (con las consecuencias ya destacadas) o bien muy limitada, al percibir el mensaje de “no puedes por ti mismo” (lo que lleva a actitudes de dependencia en las relaciones con los demás, baja tolerancia a la presión del grupo…).
d. Estilo democrático:
Permite al pequeño crecer y desarrollarse de acuerdo a sus potencialidades: plantea la necesidad y existencia de normas, límites y rutinas, y si estas no se cumplen existen consecuencias, aunque en este caso se insiste en que es el propio niño el que, con su conducta, llega a esas consecuencias y no es el padre quien actúa de árbitro o juez que impone sanción.
Los padres son guía y apoyo en caso necesario, de forma constante en los primeros años, y se van retirando, como el andamio de una casa, de modo que cuando ésta ya es estable no hace falta su presencia; fomenta la autonomía del niño. El control de las consecuencias está en la conducta del niño, por lo que siempre se puede mejorar, y la estima e integridad de este no se ve amenazada, aunque si se interviene sobre sus actos. Las consecuencias no son sólo negativas, sino que también existen consecuencias positivas: reconocimiento y afecto.
La combinación flexible entre afecto y límites aporta seguridad y equilibrio, aunque al inicio levante una tempestad de protestas y enfado, por la frustración que puede implicar el límite, pero que el afecto da un sentido y suaviza, generando un estilo de afrontamiento seguro, que acepta la situación y procura ser parte activa en ella.
Dar y recibir afecto no sólo se consigue con palabras cariñosas, abrazos y sonrisas. A veces, el amor es un “te quiero, pero te has equivocado, ¿cómo puedes mejorar?”.
REFERENCIAS
Barroso, O. (2014). El apego adulto: la relación de los estilos de apego desarrollados en la infancia en la elección y las dinámicas de pareja. Revista Digital de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, 1(4).
Main, M. (2012) Representaciones mentales, metacognición y la entrevista de apego adulto. En Wallin, D. (Eds.), El apego en psicoterapia. (pp. 55-78). Bilbao: Desclee Brouwer.
Cohen, A. & Eagle, M. (2005). Prediction of relational functioning from attachment in adult romantic relationships. Journal of the American Psychoanalytic Association, 53, 1331-1333.
Collins, N. L. & Feeney, B. C. (2000). A safe haven: An attachment theory perspective on support seeking and caregiving in intimate relationships. Journal of Personality and Social Psychology, 78, 1053-1073. doi:10.1037/0022- 3514.78.6.1053 Collins, N. L. & Feeney, B. C. (2004). Working models of attachment shape perceptions of social support: Evidence from experimental and observational studies. Journal of Personality and Social Psychology, 87, 363-383.doi:10.1037/0022-3514.87.3.363 Feeney,J. Noller, N. (2001) Apego Adulto. Desclée de Brouwer
Hazan, C. y Shaver, P.R. (1987). Romantic love conceptialized as an attachment process. Journal of Personality and social Psychology, 52, 511-524.
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