La situación que llevamos atravesando desde hace un par de meses por la aparición del Covid-19 en nuestras vidas nos ha obligado a un reajuste, en muchos aspectos, de nuestra forma de vivir, tanto con uno mismo como con los demás. Son los sociólogos los primeros en señalar que “después de cada catástrofe hay una revolución cultural”. Parece tan inevitable como un tanto imposible tener que eliminar hábitos que podrían considerarse innatos para nosotros, y sustituirlos por algunos aún por descubrir. No hay que alarmarse, pues es bien sabido que el ser humano siempre ha sobrevivido adaptándose. Pero ¿A qué nos toca adaptarnos esta vez? ¿Qué nos supone vivir de este modo?
Desde el punto de vista de un análisis funcional podríamos identificar como un estresor constante la situación en sí. Bien es sabido que nuestro cuerpo es capaz de soportar el estrés a lo largo del tiempo que este permanece presente, llegándolo a integrar en el caso más perjudicial. Sus síntomas son fácilmente identificables como efectivos si no llegamos a gestionarlo bien: sensación de angustia, alteración del sueño, catastrofismo… pudiendo afectar a nuestro entorno más inmediato. Las diferencias individuales son claves para entender la gravedad de la cuestión, ya que cada uno pondrá en marcha los recursos emocionales de los que dispone para gestionar la situación. Circunstancias o escenarios que ya eran altamente nocivos o peligrosos parecen estar condenados a agravarse debido a la carencia o mal uso de estas habilidades de afrontamiento, como por ejemplo situaciones de violencia en el hogar, cuadros de trastorno depresivo, o trastornos de angustia agudo.
Y ahora hay que añadir los propios estragos que ha ocasionado este virus en muchas familias: pérdida de seres queridos de los cuales no han podido despedirse, dando lugar a lutos muy complicados de resolver. También el temor y la incertidumbre constante de contagiarse o contagiar a algún ser querido.
La pandemia inevitablemente ha colocado el estrés como filtro a la hora de establecer pensamientos acorde a la realidad que se avecina, generando niveles perjudiciales de ansiedad.
¿Y qué significa convivir con una situación estresante?
Estrés es una palabra que en nuestra cultura del siglo XXI resulta altamente nociva, casi se podría clasificar como una patología propia… Sin embargo son numerosos los estudios que señalan que el estrés en sí es un tipo de respuesta que genera nuestro organismo ante una amenaza que nos acecha.
Así que en primera instancia, posee una función adaptativa y de supervivencia ya que nos alerta de los peligros del contexto. La respuesta en un primer momento alcanza niveles elevados de intensidad; suele ser de una alta sobreactivación fisiológica y cognitiva, que requiere de una demanda excesiva de nuestros recursos. Cuando la situación estresante se mantiene en el tiempo (como parece ser el caso del Covid-19) dicha respuesta fisiológica puede no ser tan adaptativa y convertirse en nociva para el organismo, produciendo alteraciones fisiológicas. Se le conoce como síndrome general de adaptación, termino acuñado por Selye (1926), quien propone tres etapas a la hora de que nuestro organismo gestione el estrés: La primera, fase de alarma, es la que hemos definido previamente cuando se genera una sobreactivación ante la presencia del estímulo nocivo, y nuestros recursos se predisponen para actuar, dando lugar a la segunda fase, la fase de resistencia, en la que nuestros recursos intentan resolver de la forma más óptima la situación.
Si el elemento estresor perdura en el tiempo, ya que no hemos podido resolverlo de forma deseable entramos en la fase de agotamiento, en la que se ponen de manifiesto dificultades o alteraciones en el organismo por mantener la sobreactivación fisiológica y cognitiva de manera indefinida. Estaríamos hablando de cefaleas, alteración del estado del ánimo, alteración del sueño, rumiaciones…
Es importante encontrar formas óptimas de gestionar dicho estrés, de darle salida, por ejemplo a través del ejercicio físico, ya que si no, corre el riesgo de integrarse de forma permanente en nuestra actividad cognitiva.
¿Y ahora? ¿Qué es lo siguiente?
El plan de desconfinamiento por fases ya se ha puesto en marcha, y ha quedado patente la idea de que se trata de otra transición adaptativa a la que tenemos que enfrentarnos.
En la propia ciudad china de Wuhan, cuna del Covid-19, tras el confinamiento se estima que más de la mitad de la población requirió de atención psicológica, mientras que un 5% había desarrollado algún tipo de trastorno mental. Esto nos puede servir de orientación para sociedades en las que estamos dando nuestros primeros pasos en la desescalada. Aunque no todo tiene que ser negativo; algún aprendizaje o ganancia habremos adquirido a través de esta experiencia. Es más que probable que hayamos reforzado nuestras capacidades de adaptación (como se anunciaba al inicio de este artículo), de resistencia al estrés, quizá algo de pragmatismo vital tal vez… No estaría nada mal.
Pero atendiendo al posible desencadenamiento de patologías mentales, los profesionales de la salud señalan que el desconfinamiento no va a ser igual para todos, ya que la percepción del riesgo es subjetiva. Una vez más salen a relucir nuestros recursos personales propios: el peligro sigue en el exterior, el virus continúa siendo una amenaza. Así nos lo recuerdan una y otra vez en los medios de comunicación. Por lo tanto podemos señalar, en relación con la situación previa de confinamiento, dos cosas:
Lo primero, que el elemento estresor perdura en el tiempo, llegando a integrarse en nuestra cotidianidad.
Lo segundo, que una alta dosis de información de los medios sigue siendo tan perjudicial y confusa como en el inicio de la pandemia.
Tras un periodo de dos meses de confinamiento, en el cual hemos pasado por momentos de incertidumbre, confusión, dificultad para la gestión de la ansiedad y las emociones… no sería de extrañar que nos encontrásemos con síntomas como apatía, fatiga, irritabilidad, intranquilidad, problemas de sueño… todos ellos propios de cuadros englobables en los trastornos de ánimo, que tienden a aflorar en esta etapa de reajuste, llegando a generar cuadros de ansiedad y malestar clínico si perduran a lo largo del tiempo. Algunos especialistas de la salud mental señalan que la mayoría de los problemas se solucionarán con respuestas más adaptativas en cuestiones puntuales: podemos por pasar por momentos de inquietud, de rabia o ansiedad… de forma episódica. Pero nuestras habilidades de resiliencia se van a empezar a manifestar.
Las herramientas, recordemos, las poseemos nosotros mismos, y la figura del sanitario mental actúa reforzando dichas habilidades, o bien descubriéndoselas al propio sujeto… A continuación expongo algunos consejos recogidos de diversos artículos que abordan como podemos afrontar psicológicamente esta nueva era post Covid-19:
Comprender y asumir que la realidad esta sujeta a cambios drásticos que escapan a nuestro control podría ser el primer paso para afrontar nuestros temores, haciéndonos conscientes de la situación que estamos viviendo. Sin embargo esta idea no nos exime de la responsabilidad de actuar sobre ella para mejorar nuestra calidad de vida y salud mental, así como la de nuestro entorno.
Evitar caer en pensamientos negativos recurrentes, estableciendo un control de la dosis de información que uno recibe puede ser un recurso para mantener el foco de atención en otros ámbitos que permitan nuestro desarrollo.
Fomentar una comunicación abierta entre el núcleo familiar, no reprimir lo que nos está pasando, ya que nos está pasando juntos y podemos apoyarnos los unos en los otros.
Esforzarse en la medida de lo posible en recuperar viejos hábitos agradables, luchar contra el sedentarismo constituyen formas de combatir el estrés y reducir el foco de atención en lo negativo, y poco a poco recuperar nuestra vida.
En conclusión, el apoyo y la orientación psicológica parece alcanzar un papel de extrema necesidad en estos momentos. Serán muchas las emociones que se nos muevan dada las circunstancias, y que influirán en nuestra forma de interpretar la realidad. Sobra decir que estas emociones están teñidas por las “funestas” y “alarmantes” predicciones de los analistas de nuestra sociedad.
Identificar dichas emociones es clave para entender nuestros pensamientos y conductas y no “dejarnos llevar por el miedo”. Un esfuerzo en la dirección del auto-conocimiento y la autoreflexión parece vital para combatir ese desajuste emocional.
Volver a la normalidad, a nivel personal y emocional, puede ser un camino arduo para algunas personas. Como hemos señalado al inicio, gente que ya presentaba un cuadro desadaptativo antes de esta situación puede haber agravado su condición. El temor y la incertidumbre al futuro son generadores permanentes de estrés, que van a formar parte durante un tiempo de la cotidianidad. Nuestra asistencia y acompañamiento se hace de nuevo indispensable para la transición, que nos aguarda, a la nueva normalidad.
BIBLIOGRAFÍA
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