Si queremos ser buenos deportistas no solo tenemos que estar bien físicamente, también hay que tener una buena fortaleza psicológica. La mente constituye una parte muy importante para poder realizar un buen papel compitiendo, por eso cada vez se incorporan más a los entrenamientos personas con conocimientos en psicología. Tradicionalmente, se empleaban técnicas basadas en mantener la mente del deportista concentrada, motivada y con confianza, sobre todo en el momento previo a la competición. Actualmente, como resultado de las aportaciones a nuestra disciplina de corrientes novedosas, se están introduciendo terapias alternativas que consisten en la aceptación de los malos momentos, así como en ser capaces de seguir adelante a pesar de haber fallado o haberse lesionado. Son técnicas que se centran en la totalidad de la competición, es decir, el momento previo, durante y posterior.
Estas nuevas corrientes psicológicas de las que hablamos, han cambiado su orientación y ya no se focalizan en que la persona sea feliz, sino en aceptar que podemos sentirnos mal y que no pasa nada; se empieza a abandonar la idea de que tenemos que estar siempre bien, que somos perfectos y todos podemos ser felices. De hecho, se ha descubierto que para una persona que no se encuentra en un buen momento, el hecho de no ser feliz le hace ser aún más infeliz por la sensación de que algo malo le pasa. Se crea una culpa irracional que lo que hace es agravar el problema, cuando la realidad es que la felicidad es totalmente relativa.
Una de las terapias encuadrable en esta nueva corriente es la llamada Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), cuyos principios básicos son la aceptación, la defusión cognitiva, experiencia presente, yo observador, claridad de valores y acción comprometida. Vamos a ver de un modo más desarrollado estos principios en relación a su uso en la competición deportiva:
El primero de ellos es el de la aceptación, que podríamos definir como un modo de reconocer y aprobar nuestra experiencia emocional, ser capaces de tratarnos con cariño a pesar de no ser perfectos. Para aplicarlo al deporte habría que aceptar que en una competición podemos equivocarnos, fallar e incluso lesionarnos, pero lo importante es tomar esos momentos como algo que puede pasar; resulta fundamental, para poder superarlo, aceptarlo y continuar. A través de la ACT se enseña al deportista que de nada sirve frustrarse por estar lesionado y que, a veces, este hecho produce una paralización de los recursos psicológicos del paciente para recuperarse de un modo más positivo. Hay que aceptar, en definitiva, que esa es su realidad y a partir de ahí ver qué puede hacer para mejorar, afrontando el proceso de un modo más sano y productivo.
Otro principio es la defusión cognitiva, que consiste en observar los pensamientos y cogniciones como lenguaje, sin juzgarlos. Hay que tener en cuenta que un pensamiento no es un hecho, ya que a veces nos quedamos estancados en un pensamiento negativo como “que mal he jugado hoy, soy muy malo” o “no corro suficiente, soy el peor” y lo tomamos como verdades absolutas, cuando son tan solo palabras y no hechos. El problema de estos enunciados es el poder tan intenso que tienen en nosotros; nos cambian, etiquetan y hacen difícil que nos movamos de ese pensamiento. Por ello, es importante que el deportista se diga a sí mismo “pienso que he jugado mal, pero la verdad es que mi entrenador me ha felicitado por algunas cosas que he hecho, normalmente no lo hago así”. Esto no significa utilizar excusas, sino dejar de poner piedras en nuestro camino con palabras, y no etiquetarse en un rol a la primera de cambio.
El siguiente punto es muy importante y está cada vez más de moda por el llamado Mindfulness. Sería contemplar la experiencia presente como la capacidad para estar en el aquí y ahora con mentalidad abierta. No sirve de nada anclarnos en experiencias pasadas como un mal partido, una mala jugada o un fallo que tuvimos; lo importante es ser consciente de lo que está sucediendo ahora, y lo que voy a hacer para no volver a cometer ese error. Ése es, por ejemplo, el punto fuerte de Rafa Nadal en los partidos duros; él es capaz de borrar de su mente los malos resultados y continuar adelante sin desistir diciéndose a sí mismo “he perdido este punto, pero a partir de ahora voy a luchar por no perder ninguno”.
El siguiente principio es el que calificamos como yo observador: significa desprenderse del apego a nuestras propias narraciones. Es parecido a la defusión cognitiva pero va más allá, pues quiere decir que no solo debemos darnos cuenta de que nuestros pensamientos son palabras sino además observarlos como si fuésemos científicos, sin juzgarlos, analizando esta forma de pensar sin poner sentimientos por medio. Podemos decirnos “he pensado que soy muy malo porque he tenido un mal día, pero esto es debido a que ahora estoy en un mal momento, no es la realidad”.
Otro aspecto muy importante es la claridad de valores, que alude a la necesidad de tener un autoconocimiento amplio de nuestros propios valores o metas, pero siempre con honestidad, siendo realistas sobre lo que nos motiva, el porqué estoy haciendo esto o lo otro. Si soy un deportista y solo trabajo por el dinero, pero así estoy contento es igual de válido que si compito porque me apasiona el deporte que hago. No se puede juzgar a nadie como mejor o peor si ambos planteamientos surgen de los valores que cada uno tenga.
Algo que va muy unido a lo anterior es el principio que denominamos acción comprometida, que es lo que motiva nuestra acción en congruencia con nuestros propios valores. Si actuamos de acuerdo a ellos nos sentiremos mejor, más íntegros y capaces. Los triunfos serán más gratificantes y al mirar al pasado estaremos orgullosos de lo que hemos hecho.
Todos estos postulados de la terapia de aceptación y compromiso son aplicables en el momento previo a la competición, durante y después. Si el deportista trabaja con ellos en mente puede desarrollar una capacidad muy alta para reponerse ante las adversidades que seguro van a surgir en competición, y de ese modo no quedarse estancado en los “debería…”, “podría haber…”, “tendría que…” tan dañinos para nuestra concentración, y centrarse en lo que debe, puede y tiene que hacer en el momento actual.
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